miércoles, 31 de agosto de 2011

sábado, 27 de agosto de 2011

viernes, 19 de agosto de 2011

Amante Poesía

Maracay, 02 de febrero de 2011
Amante Poesía:
Hace unos años atrás, escribirte una carta pudo ser un atrevimiento o una blasfemia. Habría creado una mentira ficcionaria, porque el remitente y el destinatario no se conocían.
Hoy, a mis 42 años de edad, en pleno uso de tu esencia, ungido por tu presencia, escribo esta carta para rememorar nuestros encuentros y desencuentros durante la vida. Para dejar constancia de mi amor infinito y sellar un compromiso definitivo contigo, de la mejor manera, con el uso de la palabra escrita.
Sentí tu presencia por primera vez en la época cuando las aduanas de mi mente no hurgaban ideas ni sueños. Me remonto al preescolar, a tu agradable asomo en forma de una niña cabellos de trigo y ojos marinos que tiernamente compartió su merienda conmigo. Unos grados escolares más adelante, apareciste como mi primer amor platónico en forma de maestra, pero para mí toda una sirena, envidia de las nueve Musas y Eva. Y qué decirte de la primera visita al circo, estuviste ahí sin comprar boleto, en cada risa y en la explicación dada por mí al misterio del mago y su conejo. Y así siempre, estuviste ahí, en cada cándida respuesta a lo desconocido, en esa hermosa etapa de la vida en la cual la ignorancia era inocencia y dejaba vivir.
Pero pasó el tiempo, los patios de la infancia se hicieron pequeños y con ellos la inocente fuerza soñadora. Cada día transcurrido te sentía menos, ya casi no aparecías agitando la melena en mí rostro y tu voz se hacía lejana. Hasta que un día te perdí, o mejor para mi fortuna, creí haberte perdido.
Para hablar de ese momento, aunque resulte doloroso, del momento en que creí haberte perdido, tengo que hacerlo sobre mi tránsito universitario. Me inscribí en una carrera no de mi gusto. Lo hice quizás por eso de que “un título da la felicidad”, por conveniencias o qué sé yo, y la seguí estudiando y me gradué por costumbre. Tengo que seguirte hablando del infierno laboral, del tratar de ejercer algo que yo no era, del haber creado un personaje farsante de una mala obra de teatro.
Un buen día, a los 40 años, con mucha fe recé y le pedí a Dios me ayudara a encontrar un oficio que viniera en mi auxilio. No solo pensé en mí, también pedí que ese oficio pudiera servir a los demás. Entonces, llegó a mis manos un modesto periódico de provincia anunciando un taller de poesía, y sin pensarlo me inscribí. En este taller te reencontré, y no solo eso, también supe realmente quién eras una vez leídos los versos didácticos de Huidobro que decían: “Por que cantáis la rosa, oh poetas, hacedla florecer en el poema”. Me recibiste en ese instante, como el árbol al ave canora, cómo la tierra espera la visita de la lluvia, cómo la flor al colibrí en su ronda donjuanesca.
Y acá me encuentro a tu lado, haciendo uso de ti misma para escribirte. Para agradecer tu existencia y tu labor de Midas sobre mí y sus frutos, como por ejemplo cuando con tan solo un año ejerciendo este cándido oficio, el mismo periódico que anunció el taller de poesía publicaba mi primer triunfo.
Y sigo acá, orgulloso de ser poeta, contento con mi amante con ropajes de papel como suelo llamarte, sin importarme lo que piensen aquellos dueños de la licencia para ejercer la cordura y el amor, para decirte te amo y te amaré por el resto de mi vida.
Tu Poeta.